Sagrada Familia: Encontrando a mi tribu
Este es el primero de una serie de relatos que publicare en mi blog que he titulado: Sagrada Familia. Donde narrare mi viaje fisico, mental y espiritual que me ha llevado a conectarme fisica, mental, emocional y espiritualmente conmigo mismo y con otras personas y de las cuales no tengo duda que he compartido varias vidas.
Los Coreanos tienen una frase: IN YUN que se podria traducir como providencia, un término de origen budista que condensa la idea de que las conexiónes no son casualidades, sino que se construyen a través del tiempo y en otras vidas. Cuando tu tienes un contacto con alguna persona, chocar en la calle por ejemplo, se genera un IN YUN, las personas que se llegan a casar han tenido alrededor de 8000 IN YUN, ya sea de esta vida o de otras vidas. Entre mas IN YUN tengas mayor es la conexion que tienes con esa persona. Este concepto lo llevan a la pantalla grande muy bien en la pelicula coreana nominada al Oscar Past Lifes (2023).
En mi proceso de sanar, atraiga personas conscientes, sensibles, profundas, apasionadas y espirituales tanto como yo, que me han hecho creer en mi y mi amor propio y que quieran crecer conmigo en esta y otras dimensiones.
Esta frase/decreto es del padre de la psicologia transpersonal Carl Jung y desde el momento que la escuche me la fui apropiando cada vez mas.
Esto ha dado como resultado haberme reencontrado cada ves mas a seres con los que he compartido miles de IN YUN y a uno en especial cuyo numero se eleva a alturas que apenas estoy asimilando y cuya historia en comun se empieza a escribir y que se esta desarrollando justo en este momento de mi vida. La cual sin duda dara para un gran libro, finalmente los puntos de este mandala llamado vida se empiezan a conectar.
No se si este Ser sea la persona con mas IN YUN acumulado en todas mis vidas pasadas y yo en las de el. Pero dadas las circuntancias ocurridas alrededor de nuestro primer encuentro. Si es un gran candidato a serlo.
Encontrando a mi Tribu
Como muchos de ustedes saben, soy fisioterapeuta de profesión y estoy muy metido en el mundo del bienestar y la espiritualidad. Mi espíritu inquieto me ha llevado a tener viajes y aventuras que requieren muchas veces fuerza y valor. Una de estas aventuras es haber tomado retiros de silencio Vipassana, los cuales relato aca en mi blog. El primer retiro me llevó a conocer a uno de mis más grandes maestros y amigo, Pablo Muñoz, a quien conocí en un curso de Mentalismo en la Ciudad de México por recomendación de un chico llamado David que conocí en mi primer curso de Vipassana, allá por el 2016. En febrero de 2019 hice un segundo curso y en diciembre de ese mismo año, fui de voluntario al centro. Los cursos son de cooperación voluntaria. En ese servicio me reencontré con Pablo, quien asistía por primera vez a un Vipassana. Al salir de ese curso de diez días, nos fuimos a Valle de Bravo con un amigo suyo llamado Eric y otras dos chicas que habían estado también sentadas. Nuestros caminos se sellaron a partir de allí y en diciembre del 2020, Pablo organizó un viaje a Wirikuta para hacer un camping y ceremonia de Peyote en medio del desierto al cual yo asistí.
El hikuri o peyote se encuentra en el desierto de Wirikuta en México, el cual es utilizado de forma ritual por los wirarikas, para expandir su consciencia y conectarse con la naturaleza. Salimos de la Estación Wadley y al entrar al desierto realizamos una ceremonia para pedir permiso y protección a todos los seres visibles y no visibles que habitan el lugar. Caminamos unas seis horas con mochilas y casas de campar a cuestas, con algunas pequeñas paradas para tomar descansos debajo de los escasos árboles que hay en la zona. Un poco de angustia llegó a mi mente cuando empecé a sentir cierto ardor y molestia en uno de mis pies al caminar. Tenía mucho tiempo que no usaba mis botas y que no caminaba tanto, y sabía que esa sensación tarde o temprano terminaría en una ENORME ampolla que podría volver esta aventura una pesadilla. Tenía que sacar mis mejores herramientas físicas y mentales para poder superar esta caminata de poder. Decidí ver este pequeño gran inconveniente no como un problema sino como una oportunidad para quitarle el sufrimiento a mi dolor, un sacrificio/ofrenda al abuelo hikuri para tener una buena experiencia. Sé que suena muy hippie, pero creer que el dolor de hoy representa un mejor resultado a futuro ha ayudado a personas a lograr cosas extraordinarias.
El primer descanso llegó a las dos horas de caminar bajo el sol del desierto. Revisé mi pie y efectivamente se estaba empezando a formar una pequeña ampolla en la planta de los pies entre el segundo y tercer dedo de mi pie izquierdo. Me cambié los calcetines por unos más gruesos y suaves que iba a usar para dormir, apliqué chilcuague y tepezcohuite que traía una chica y me protegí la zona con microporo que me regalaron. Aunque la molestia no se quitó del todo, la ampolla no creció, ni el dolor.
En el segundo descanso, después de estar cuatro horas caminando, descubrí que se estaba formando otra ampolla en el mismo lugar del otro pie. Por los clavos de Cristo, este sí iba a ser un sacrificio/ofrenda importante para poder llegar a nuestro destino.
Después de seis horas, llegamos al punto donde nuestro guía viene desde hace más de diez años. El desierto de Wirikuta no es un lugar donde haya grandes dunas de arena, solo es una planicie inmensa llena de arbustos bajos, varios de ellos con espinas y muchos cactus y biznagas conforman la flora del lugar. A lo lejos se veían las montañas áridas desde donde habíamos iniciado la caminata. Llegué cansado y adolorido de mis pies, pero afortunadamente no estaba agotado. Había muchas cosas por hacer aún: limpiar el lugar, armar nuestras casas de campar, preparar el altar, proteger el espacio formando una barrera de piedras alrededor del campamento para protegernos de cualquier ser no visible que atrajéramos con nuestra presencia.
También había que juntar leña suficiente para mantener el fuego durante toda la noche, tarea complicada cuando la mayoría de la flora son arbustos que se consumen muy rápidamente. Y desde luego, buscar al abuelo hikuri que crece debajo de una planta conocida como Gobernadora.
Faltaba poco para que se ocultara el sol y no habíamos podido encontrar ninguno. Era evidente que los saqueadores de esta planta ya habían llegado hasta este alejado lugar y habían dejado innumerables huecos en el suelo del desierto.
Poco antes de que se ocultara el sol, apareció el primero, al cual solo se le rinde tributo y no se corta. Durante el tiempo restante antes de quedarnos a obscuras, fueron apareciendo más. Yo encontré una familia de cinco. Se les pide permiso y solo se corta la parte que sobresale con una hoja de obsidiana, dejando la raíz para que pueda volver a crecer nuevamente. Recolectamos apenas los suficientes para hacer la ceremonia más tarde, y nos dispusimos a preparar ponche y guacamole para cenar, mientras los coyotes aullaban a lo lejos y varios de nosotros les respondíamos.
Limpiamos los hikuris y nos los fuimos comiendo de gajito en gajito. Estos tienen un sabor muy amargo y se recomienda masticarlos muy lentamente. Pasaron unas dos horas y solo estábamos en un estado muy alegre y relajado. Algunos referían sentir “algo”, pero era evidente que la cantidad ingerida no había sido suficiente como para tener un efecto claro en nosotros. Así que nos dispusimos a cenar, esa noche prepare un delicioso guacamole navideño que mi ahora tribu jamas ha olvidado, tanto es asi que todavia me lo siguen recordando 🤪 (*Chiste local). El ponche nos supo delicioso porque a medida que pasaban las horas la temperatura bajaba cada vez más. En vista del éxito obtenido con el hikuri, uno de los asistentes sacó un gotero con extracto de cannabis y varios nos dispusimos a ingerir unas gotas, incluido nuestro guía, que en la oscuridad de la noche le calculó mal y terminó vaciándose todo el gotero en su boca. Acto seguido, fue a preguntarle al dueño del frasco qué le podía pasar si consumía tanto, y él solo le dijo: “pues lo averiguaremos en unos 40 minutos”.
Unos 30 minutos después, mi amigo Pablo se sentó frente a la fogata con una expresión que era una mezcla entre miedo y sorpresa, y nos dijo: “siento algo en mi pecho, algo me preocupa”. Su hermana fue a abrazarlo y en ese momento se soltó a llorar. Nuestro pilar y guía se estaba derrumbando frente a nosotros, le estaba dando lo que comúnmente se conoce en el argot pacheco como la temible “Palida”, una sobredosis de cannabinoides que te lleva a estados tan dispares como la euforia y la sensación de perder el control de tu cuerpo y sentir de cerca la muerte. Aunque nadie ha muerto en realidad por una sobredosis de mariguana, pero puede generar mucha angustia y miedo incluso para el más preparado.
Luchando contra la oscuridad
El jefe estaba incapacitado, así que el resto de la tribu ocupo su lugar. No solo para sanarlo; (descubrimos que muchos del grupo éramos sanadores), sino también para seguir recolectando ramas en los alrededores y mantener el fuego. Era vital que no se apagara ya que la temperatura seguía bajando y la noche estaba lejos de terminar.
Envolvimos a Pablo con varias cobijas y una bolsa térmica que un miembro del grupo había traído, ya que estaba empezando a tener síntomas de hipotermia.
Cada vez teníamos que alejarnos más del campamento para obtener buenas ramas. A las tres de la mañana, de los once que éramos, solo quedábamos siete de pie protegiendo el fuego, y cada nueva salida en búsqueda de ramas se iba volviendo cada vez más y más extraña. Salir del círculo era como entrar en otra dimensión. Recordé mis inmersiones en el mar; era entrar a un mundo extraño, fascinante pero también frio y peligroso. El fuego parecía tener consciencia y reaccionaba al estado de ánimo del grupo.
A las cuatro de la mañana, ya solo éramos cuatro miembros de la tribu que seguíamos despiertos. Yo era el único hombre de pie, y el único que seguía saliendo por más ramas. Empecé a escuchar voces y sonidos extraños a mi alrededor, y de reojo alcanzaba a ver figuras. Muchas personas tal vez hubieran caído presa del miedo y el pánico, pero en ese momento de mí dependía que no muriéramos de hipotermia. La temperatura oscilaba entre los -3 y 0 grados centígrados.
En algún momento de las cuatro de la mañana, salí nuevamente a buscar ramas para seguir manteniendo el fuego. Salir era entrar en otra realidad, y fue en ese momento donde sentí miedo. Una de mis frases favoritas es: Tu no digas frio, hasta no ver pinguinos. Estaba parado sobre la vereda a unos 40 metros fuera del círculo de fuego, y alcancé a ver y escuchar lo que parecían ser unos coyotes que caminaban hacia mí, habian llegado los pinguinos.
Corrí a refugiarme al círculo de fuego y les avisé a mis compañeras que se pusieran alertas. Mi amigo Eric se despertó ante la emergencia a pesar de su agotamiento, y Liliana, la hermana de Pablo, se puso a tocar el tambor, nosotros a cantar para alejarlos. No solo a los coyotes, sino a todo lo demás que pudiera estar allí, visible o no, que nos estuviera rodeando…
Fueron momentos muy tensos, en los que armados de palos, solo esperabamos el ataque de los coyotes a nuestro alrededor, las energias estaban muy agitadas, parecia que el desierto estaba molesto por el saqueo que habia ocurrido previo a nuestra llegada.
El triunfo de la Luz ✨
La energía poco a poco se fue calmando y retomamos la búsqueda de ramas, que cada vez se hacía más difícil. De pronto, Liliana percibió a otros seres en el camino, y gritó: “¡Hay algo enorme y blanco al fondo de la vereda!”
Había llegado un “grupo” de caballos salvajes blancos, estaban a unos cincuenta metros de nosotros observándonos. Los caballos habían alejado a los coyotes. ¿Que hacia una familia de caballos a mitad de la noche observandonos?. Faltaba una hora y media para que amaneciera, y finalmente nos quedamos sin combustible para seguir alimentando el fuego. Por mi mente pasó salir a buscar más, pero nos encontrabamos muy cansados, con mucho frío y había caballos salvajes en los alrededores.
Guardamos toda la comida y desechos en una casa de campaña y nos repartimos en las otras lo más que pudimos para darnos calor.
A pesar del sleeping, la ropa térmica, gorros y chamarra, algunos empezaron a tiritar de frío, primer signo de hipotermia. Y en mi mente surgió el titular del periódico del siguiente día: “Se los llevó la Pachamama: hippies mueren de hipotermia en el desierto de Wirikuta”.
Creo que solo pude dormir media hora esa noche; el ruido de los caballos y demás seres que había a nuestro alrededor no me dejó dormir.
Amaneció poco antes de las siete de la mañana, el Sol había vencido a la oscuridad y habíamos logrado pasar la noche, sanos y salvos.
El regreso fue de nuevo una larga caminata de seis horas, sin dormir y con las cosas cargando a cuestas, fue dificil para todos, pero logramos llegar al pueblo sin ningun contratiempo. Ese viaje me sirvio para creer en mi valor y resistencia a situaciones limite y nos unio a la mayoria de los que fuimos, como una tribu.
Y pensar que nuestros antepasados tenían que hacer esto todas las noches de su vida para lograr ver la luz del día siguiente.