Sagrada Familia: Comunidad, Fiesta y Decretos
El 18 de marzo de 2022, casi un año después de haber conocido a Alma, Óscar y Mictlán, nos volvimos a reencontrar en Cuautla, Morelos. Norma había organizado una reunión para celebrar nuestros cumpleaños en casa de Eric “El Oso”, y asistimos varios de la tribu, entre ellos Laura, Zayra, Liliana y Emilio.
El lugar era un condominio con albercas comunes. Yo llegué por mi cuenta, como siempre, demasiado temprano. Poco a poco fueron llegando todos y nos metimos a nadar un rato. Había una luna llena preciosa, y yo había llevado unos cuadros de LSD para amenizar la fiesta. Nos dio algo de frío y salimos del agua. A mí ya me estaba haciendo efecto, a los demás les tardó un poco. Nos empezamos a pintar con pinturas neón y sacamos la luz negra.
La fiesta explotó, como pocas veces me ha pasado en la vida, tanto que los guardias del condominio nos tuvieron que ir a callar varias veces. Es hermoso cuando conectas con personas con las que puedes ser tú mismo. La fiesta terminó como a las cinco de la mañana.
Al día siguiente, poco a poco nos fuimos levantando. Óscar y Alma prepararon una rica pancita. El resto de la mañana me la pasé en la hamaca platicando con Emilio; era la primera vez que convivíamos solo él y yo. Algunos se fueron a comprar cosas para la carne asada. Pasamos la tarde en las albercas, que estaban solo para nosotros. Les hice janzu a algunos y practicamos una danza cardumen, un tipo de danza en el agua donde tienes que soltar el cuerpo y dejarte fluir entre todos. Es algo que aprendí en la certificación de que había tomado el año pasado. Es una experiencia muy interesante y de conexión.
Al atardecer regresamos a la casa y Mictlán empezó a aplicar rapé. Yo le pedí, aunque no soy muy fan debido a ciertos problemas con la nariz y vías respiratorias que tuve de joven. Pero nunca había sentido un rapé tan fuerte como ese. Fue como una descarga eléctrica potente y dolorosa por todo el lado del cerebro donde me lo aplicó. No tenía opción, debía liberar ambos hemisferios, pero eso me quito el cansancio y me preparo para lo siguiente que iba a ocurrir.
Óscar y Alma habían traído MDMA puro, una droga con efectos peculiares como la entactogénesis (aumento de empatía y acercamiento a los demás), euforia, bienestar, sensación de paz interior, mejora de la percepción y la sexualidad, y ligeras alucinaciones. En dosis adecuadas, sus efectos secundarios son relativamente leves y seguros mientras no se mezcle con otras drogas.
El plan era hacer una ceremonia juntos e intencionar el MDMA. Nos fuimos a un área verde en la parte de abajo y allí hicimos una pequeña fogata. Preparamos la sustancia en bebidas energéticas y cada quien hizo una intención. Yo había visto en internet una frase de Carl Jung que me pareció hermosa y fue lo que intencioné esa noche que dice más o menos así:
“Que, en mi proceso de sanar, atraiga personas que sean
Conscientes, sensibles, profundas, apasionadas y espirituales tanto como yo,
Que me hagan creer en mí y en mi amor propio,
Y que quieran crecer conmigo, en esta y en otras dimensiones.”
A todos les pareció una intención muy hermosa. Después de que cada quien hizo su intención, bebimos la medicina y puse algo de música. Los efectos se fueron haciendo presentes de manera sutil. Empecé a sentir cierta relajación combinada con euforia, como flotando, y una ligera embriaguez, una mezcla de sensaciones que me fue desinhibiendo mental y emocionalmente. Se sentía una bonita conexión entre todos. Cuando hablaba, mi voz la percibía más profunda, con más eco, como si viniera de lo profundo de mi pecho y no de mi cabeza. Entre el baile y la convivencia, hubo un momento en que nos paramos alrededor del fuego y empezamos a expresarnos. Yo agradecí a Óscar y Alma por haber traído el MDMA y compartir esa droga, aunque inmediatamente corregí por la palabra “medicina”, como se estila más en el ambiente hippie ceremonial.
Me sentí mal por ello, estaba muy sensible. Tal vez sin los efectos de esta sustancia, no me habría sentido así, y Emilio no ayudó mucho haciendo un comentario burlón sobre lo que había dicho. Me separé del grupo para asimilar lo que estaba sintiendo; afloró un sentimiento de culpa muy profundo. Pero me empecé a hablar con amor y cariño. Recuerdo que mi voz sonaba profunda y salía desde el centro de mi pecho, como si mi inconsciente estuviera hablando por mí. Fue una sensación muy rara, profunda y liberadora.
Después, Mictlán me dijo: “Yo quiero bailar contigo, Rey,” y nos pusimos a bailar muy conectados. Fue bonito, nos tocamos y bailamos. La vibra de Alma era hermosa, el viento corría y yo me quité la camisa, quería sentirlo en mi cuerpo. Después me acosté en el suelo para sentir la tierra. El miedo a cualquier bicho que pudiera haber desapareció; me sentía bello. A las doce, Eric nos dijo que nos moviéramos adentro por cuestiones del reglamento. Aunque nos hubiera gustado estar más tiempo, nadie protestó. Todos nos movimos, y yo cargué la bocina mientras sonaba “Aleluya” de Jeff Buckley, fue algo sumamente hermoso. Nos sentamos en la mesa de afuera y jugamos a las cartas de conexión. Aprendí mucho de mí y de los demás. Estuvimos como dos horas abriendo nuestros corazones. Ya como a las dos o tres de la mañana, algunos se empezaron a dormir, hicimos un último baile y nos fuimos a la cama.
El domingo desayunamos y estuvimos un rato en la alberca. Esa tarde, parte del grupo se fue primero, y Alma, Óscar, Mictlán, Norma, Zayra y yo nos fuimos a Cuautla a comer unos mariscos deliciosos en el centro. Recorrimos el museo de trenes. Había varios eventos musicales en la plaza y bailamos y cantamos con cada uno de ellos, contagiando nuestra alegría a los que pasaban.
Había sido una gran celebración con grandes seres. Jamás hubiera imaginado que lo que pasó ese fin de semana sería el preámbulo de lo que sucedería dos años después en las playas de Oaxaca.